LAS LAGUNAS DEL SAN FRANCISCO
Un lugar poco visitado
Corría
el mes de febrero de 2006 y era mi primer viaje al NOA.
Volviendo del Paso de San Francisco y a pocos kilómetros del límite
internacional (Catamarca), me intrigó la vista de un paisaje colorido, que se
destacaba del entorno. Solamente le tomé unas fotos desde la ruta ya que la
tarde estaba avanzada y debíamos continuar viaje hasta Tinogasta, distante 250
km.
Me
quedé con la duda respecto de si era posible el acceso con vehículo de calle.
Mirando mapas vimos que se trataba de la zona de las Lagunas del San Francisco.
Ahora, dos años después, decidimos visitarlas.
En esta ocasión le dedicaríamos dos días al trayecto Tinogasta - Paso de San
Francisco - Tinogasta, pernoctando en el refugio de Vialidad Provincial del
Puesto "Las Grutas".
Averigüamos que allí, a pocos metros del refugio y hacia el oeste, sale el
camino que lleva a un pozo termal, continúa bordeando las lagunas y llega hasta
la falda del Volcán Incahuasi, punto desde el cual los montañistas emprenden
su ascenso.
Decidimos ir a ver "como pintaba la cosa" y a decir verdad..... la
cosa pintó excelente, sobrepasando todas nuestras expectativas.
A pocos cientos de metros está el pozo termal, con sector de estacionamiento y
una pileta techada.
La construcción es nueva y la temperatura del agua es tibia.
El
camino, bien marcado, continúa al principio en buen estado, después es un poco
arenoso y luego parece que se pone más áspero. No llegamos hasta el final,
calculando que habremos hecho un poco más de la mitad.
Nos detenemos más o menos a los 7 km. Estamos inmersos en un paisaje
majestuoso: las lagunas, con sus aguas quietas por momentos reflejan las
siluetas de los cerros multicolores y los flamencos con sus alas rosadas aportan
la vida y el colorido que embellece las fotografías.
Como si todo ésto fuera poco, dos de los seis miles catarmaqueños, dicen presente: son los volcanes Incahuasi y San Francisco.
El Incahuasi, nos muestra sobre su falda tonos rojizos, son vestigios de su actividad pretérita
Para que el cuadro sea perfecto, la naturaleza se encarga de agregar el cielo, de un azul muy puro, que contrasta contra las formas caprichosas de las nubes blancas.
Es
mediodía y no existe sombra en los alrededores. Imposible que la haya ya que
estamos a más de 4200 msnm. El sol castiga fuerte y tenemos que proteger
nuestras cabezas, nuestra piel y nuestros labios.
Una exposición de pocos minutos puede producir quemaduras importantes en
aquellas epidermis citadinas y poco curtidas.
Extasiados por la belleza del lugar, decidimos subir un pequeño promontorio. Lo
hacemos a paso lento ya que todavía no estamos aclimatados.
Los pocos metros que ganamos en altura son suficientes para poder conseguir una
vista a los 360 grados.
Salvando
las distancias, me hizo recordar a la Laguna del Diamante (Mendoza), donde se
puede ver en rededor las montañas desde la base hasta la cumbre.
Le saco unas fotos al Kangoo, agradecido porque me trajo hasta acá...
No
había viento y el silencio era absoluto. Nos quedamos un buen rato, sentados en
una piedra y tratando de captar con nuestros sentidos la magia del lugar.
Lamentablemente las cosas buenas terminan más rápido de lo que uno quisiera y
el tiempo corre implacable.
Llegó la hora de partir. Despacio, muy despacio... desandamos el camino hasta
la ruta asfaltada, dejando atrás el paraíso.