TERMAS DE CAJÓN GRANDE

 

 

Las termas se encuentran a orillas del arroyo de Cajón Grande, en un amplio valle que corre de este a oeste. Al fondo del mismo cruza el cordón que sirve de límite internacional, destacándose claramente el cerro Campanario de 4050 mts de altura.  

 

Cerro Campanario visto desde las Termas de Cajón Grande

 

El agua termal, que brota naturalmente, se utiliza para llenar varios piletas, creo que cinco, que se encuentran al aire libre. El agua pasa de una a otra por lo cual la primera tiene una temperatura varios grados superior a la última.

 

Las instalaciones son modestas pero cabe recordar que estamos en plena cordillera, con caminos de difícil acceso y que la mayor parte del año el terreno se cubre con varios metros de nieve.

 

El dueño de esas tierras ha construido algunas “cabañas” que poseen mínimas comodidades pero que permiten dormir en camas a aquellos que no gustan de la carpa.

 

Hay un quincho comedor muy lindo y con capacidad para algunas decenas de personas. Los baños estaban en relativo buen estado.

 

El área habilitada para colocar las carpas tiene tierra blanda y está tapizada de pastos cortos y tiernos por lo cual descansamos muy bien sin las clásicas molestias de alguna piedra olvidada bajo el suelo de la carpa.

 

Debido a la ausencia total de árboles, el sol “castiga” durante todo el día.

 

Este valle también es utilizado por el ganado vacuno, caballar y lanar durante el verano (veranada).

 

Nos sorprendió el atardecer metidos en la pileta con agua caliente, el arroyo con agua fría corriendo a pocos metros y una vista magnífica del valle con los caballos pastando y el cerro Campanario al fondo. Son esos momentos donde uno quisiera ser todopoderoso y tener la capacidad de detener el tiempo.

   

Pablo disfrutando del agua termal

 

Si bien teníamos las provisiones necesarias para preparar nuestros manjares: arroz primavera y fideos con salsa, enseguida arreglamos con el dueño para cenar en el quincho cambiando el menú por cordero en cantidad libre, pan casero, ensalada, gaseosa y vino.

 

Habría más o menos diez vehículos con turistas argentinos y chilenos, repartidos en las cabañas, carpas y autoportantes (motorhomes).

 

La noche nos encontró entretenidos con partidos de truco (juego de naipes), algunos crucigramas, la contemplación de la parrilla con el cordero que se asaba lentamente y la preparación de la masa del pan y su posterior horneado en el horno de barro.

 

La atención del dueño y su familia fue EXCELENTE, así con mayúsculas, y la comida riquísima, cuyo sabor se potenciaba por el entorno en la cual la degustábamos.

 

En una mesa vecina y durante varias horas, los puesteros de la estancia jugaban a las cartas por la cerveza. Si bien las botellas se renovaban con frecuencia, su conducta fue ejemplar. Allí, alejados de todo y solamente “controlados” por la mirada de su patrón nos estaban dando un ejemplo muy distinto al que vemos en la gran ciudad donde muchos jóvenes con “mayor educación y cultura” pasan parte de su tiempo bajo los efectos del alcohol.

 

Durante la sobremesa, el jefe de una familia chilena bastante numerosa, ofreció a todos los comensales un brindis con pisco. En épocas de confraternización no podía desairarlo. Tampoco pude negarme al brindis con vino mendocino que ofreció el dueño del lugar.

 

 

 

Atrás Principal Arriba Siguiente