LAGO Y GLACIAR VIEDMA

 

 

 

Un día se lo dedicamos a realizar una excursión lacustre al Lago Viedma con desembarque y caminata por la morena del Glaciar homónimo. Nunca olvidaré la excursión por dos motivos: la belleza del lugar y el miedo que me produjo navegar el lago encrespado en una lancha que según mis nulos conocimientos en navegación era demasiada pequeña.

 

Tengo entendido que a la fecha la lancha en cuestión fue reemplazada por una de mayor porte.

 

El lago tiene forma alargada, corre de oeste a este y tiene 78 km de largo y 15 km de ancho promedio. Recibe al Glaciar Viedma en su ribera oeste y también las aguas de los Hielos Continentales, del Cordón del Fitz Roy y del Torre.

 

El río Túnel se origina en los glaciares del cordón de las Adelas y desemboca en el lago en una entrada llamada Bahía Túnel.

 

La lancha partió del muelle que pertenece al Restaurante “Bahía Túnel” y la primera parte del viaje resultó ser tranquila ya que las aguas estaban quietas sin ser afectadas por el viento.

 

El paisaje es muy bello y a nuestra derecha teníamos la vista del Cerro Huemul que disfrutamos mientras escuchábamos las explicaciones brindadas por quien oficiaba de guía. Lo primero que dejó en claro es la amplia experiencia del capitán que llevaba alrededor de 20 años navegando esos lagos.

 

En la lancha no éramos más de 12 o 13 personas, incluidos nosotros cuatro.

 

El lago Viedma recibe los vientos del oeste que corren enloquecidos por sobre el Glaciar y encrespan sus aguas. No existen caminos de aproximación al Glaciar por lo cual la única forma de acercarse para el común de los mortales es vía lacustre.

 

Todo muy lindo hasta que la lancha abandonó la bahía y comenzó a cruzar el lago en sentido norte-sudoeste. Ahí empezó el baile y las olas se sucedían unas a otras casi sin solución de continuidad.

 

Cuando el capitán, con maestría, enfrentaba cada una de ellas recuerdo que la proa se levantaba y por unos instantes solamente veía el cielo. Luego parecía que la lancha se partiría al caer pesadamente sobre el agua.

 

Viendo nuestras caras de susto, el guía nos comentaba que la lancha por los materiales y la forma en que estaba construido su casco jamás se partiría.

 

Pensaba para mis adentros: del Titanic también se dijo que era inundible y así le fue. Ya convencido que no se partiría, mis dudas se concentraban en pensar si no se “volaría” para atrás o si no podría dar una vuelta de campana.

 

En esas latitudes el agua permite sobrevivir muy poco tiempo dada su baja temperatura. Miraba a mis hijos y el sentido de responsabilidad “me hacía sentir más culpable por estar allí en ese momento”.

 

El sentido de la resignación o el simple paso del tiempo hizo que comenzara a disfrutar nuevamente del paisaje. Teníamos adelante el Glaciar y en su frente las aguas se veían increíblemente quietas y al reparo de los vientos que “pasaban por encima y agitaban las aguas detrás nuestro”.

 

La lancha, varias veces más chica que las lanchas que navegan frente al Perito Moreno, se veía insignificante respecto a semejante masa de hielo.

 

Deseaba para mis adentros ver un desprendimiento desde esa posición privilegiada.

 

FRENTE DEL GLACIAR VIEDMA (Son dos fotos unidas)

 

Pasamos por delante de todo el frente del glaciar y desembarcamos. Uno se sorprende viendo las marcas que el hielo en su retirada deja sobre las rocas, marcas que son testimonio de las fuerzas impresionantes con que la naturaleza da forma a nuestro planeta.

 

ROCA EROSIONADA POR EL GLACIAR EN SU RETROCESO

 

En ese entonces la excursión permitía caminar al lado del hielo pero no incluía caminata sobre el mismo ni la entrada a “cuevas”.

 

Con una mañana por momentos soleada y agradable, sin viento en ese lugar, aprovechamos para sacar muchas fotos y hacer un picnic. En ese entorno, cada sándwich y lata de gaseosa se convertían en un manjar.

 

CAPRICHOSO AGUJERITO ROCA EN DELICADO EQUILIBRIO

Llegó el momento de embarcar y cruzar nuevamente el lago por frente al glaciar para ir a desembarcar en un “puerto” situado en la orilla de enfrente, cercana a la entrada de la bahía. Allí almorzaríamos bajo un quincho y haríamos un trekking para conocer algo más de la flora y fauna de la zona.

 

Este tramo de la navegación se haría por aguas tranquilas.

 

Partimos y cuando estábamos frente al glaciar, el capitán advirtió que unos bloques de hielo grandes que flotaron a la deriva decidieron estacionarse y bloquear la entrada a nuestro punto de destino.

 

Los pasajeros fuimos informados de esta novedad y se nos propuso, a fin de no disminuir la duración de la excursión, volver a pasar frente al glaciar para desembarcar nuevamente en las rocas de las cuales habíamos partido unos minutos antes. Aprovecharíamos para almorzar y tomar algo de sol. Todos votamos por la afirmativa.

 

Recuerdo que la lancha tenía techo de plástico y detrás existía una pequeña cubierta con capacidad para 2 o 3 personas.Tomé la filmadora, salí a esa precaria cubierta y comencé a filmar el frente del glaciar manteniendo quieta la cámara a medida que la lancha avanzaba muy lentamente.

 

En eso estaba cuando un estrépito fuertísimo que duró varios segundos nos sorprendió. No daba crédito a lo que veía por el visor de la filmadora. Frente a nosotros una parte muy grande del glaciar se estaba derrumbando y yo estaba allí grabándolo, el único privilegiado en la lancha que lo había capturado.

 

Absorto en mi filmación siento que me “tironean” de un brazo hacia adentro de la lancha mientras escuchaba que gritaban “la ola, la ola”.

 

El capitán estaba dando máxima potencia al motor para alejarse rápidamente ya que semejante derrumbe produciría una ola que si se “montaba” por detrás de la lancha podría hundirla. Así, con adrenalina no buscada de ex-profeso, fui testigo de un momento mágico e irrepetible.

 

Volvimos a las rocas, desembarcamos y rebobiné el cassette para ver si el rompimiento había quedado grabado. Por fortuna lo estaba.

 

Permanecimos tomando sol y charlando un buen rato.

 

ROCA EROSIONADA

PABLO AL BORDE DEL GLACIAR

Miraba el lago y veía a lo lejos “un humo blanco”. Los binoculares me permitieron descubrir que se trataba de la espuma que volaba de las crestas de las olas cada vez más grandes.

 

No fui el único que empezaba a preocuparse con el aumento en la velocidad del viento porque a los pocos minutos el capitán nos invitó a embarcar para volver ya que “las condiciones estaban empeorando”.

 

Otra vez mientras cruzamos frente al glaciar por cuarta vez en el día, las aguas estaban planchadas pero cuando abandonamos su protección las olas comenzaron a jugar con nosotros, sólo que ahora venían de atrás.

 

El capitán sacó a relucir su experiencia y nosotros a rezar para que el motor no se apague. Si así sucediera, dudo que nos hubiéramos mantenido a flote.

 

Detenía la lancha y cuando venía una ola se montaba sobre ella para avanzar en su mismo sentido y con el motor a pleno. Cuando la ola se atenuaba, la lancha paraba a la espera de la próxima.

 

 Así, “surfeando” olas con la lancha en el lago Viedma, llegamos hasta la entrada de la Bahía que en ese momento me pareció el lugar más acogedor del mundo.

 

Tal vez mi temor sea excesivo pero en un lago así y con una lancha de esas características difícilmente me vuelvan a encontrar de pasajero.

 

 

 

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